ECO
I En la flaca recámara lamentable se cierra la puerta, pulso reposado; del otro lado de la sombra, un tintineo de agua que cae: destierro.
II Abre una ventana el viento un escalofrío que asemeja al recuerdo.
III Como una fotografía escasa, café, envejecida, atormentada, sin granos de plata: la sombra de la sombra.
IV Los surcos de la vejez huyen tras ser sembrados, bajo el sol se secan candente el sudor, el delito de la voluntad, las manos duras, -el maíz se mece en el incendio- ásperas.
EL UMBRAL DE LA LIBELULA
I El monólogo de la costumbre, el camino predilecto de la sombra sobre el muro, el dren de los deseos; la escasa costumbre de conservar la hierba en las aceras, machacarla en los juegos de los niños, retorcidos de la muerte.
II Divide la carne de los huesos, con el filo finamente fría, casi con desprecio, con dos dedos detiene el cabello que cae sobre su cara, y la luz larga dilatadamente por la ventana, se entromete en los ojos abiertos.
III El silencio oscila antes de tocarse -los delirios que atajan al unísono, coro de un réquiem-, la música que en el viento, -inquebrantable la condena- se escucha.
IV El tiempo desvanece la piel en arrugas, una voz llega despacio pareciera sin deseos de llegar. El reposo, el fuego apagado entre las piernas; la quietud involuntaria del musgo, el olor de la impertinencia viscosa, brota una nube negra.
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