miércoles, mayo 21, 2008

LA CASA DE LA ABUELA

LA CASA DE LA ABUELA

El martillo no deja de golpear, luego le siguen los escombros al caer al piso, una y otra vez, el golpe y el caer. Ya lo habré intentado todo para no escuchar esta música de tambores rotos, incluso me cubriré los oídos y cantaré una canción como cuando era niña y no quería escuchar a mis padres, pero el martilleo no se detendrá, seguirá una y otra vez como las llantas del auto de papá que giran y giran sobre el asfalto mientras mi tía Lucia y yo le decimos adiós desde la ventana. Luego sentada junto al tocador miraré a mí tía mientras se cepilla el cabello, jugaré con el alhajero, con los collares al cuello y me comeré el labial rojo. Ella me mirará, se reirá. Me dirá: pequeña Claudia tu madre va a matarme si te ve, ven para limpiarte la cara. Me sentaré en sus piernas y con una franela húmeda me quitará todo el color. Miraré los aretes de piedras azules sobre el tocador, me parecerán estrellas. Mi tía buscará unos zapatos en el closet y yo tomaré los aretes, los guardaré en los bolsillos de mi vestido. Mi abuela me llamará a comer, me olvidaré de los aretes y de todo, excepto de que nunca me han gustado las lentejas, y mi abuela no me dejará levantar de la mesa, hasta que termine la comida. Luego vendrán mis padres por mí, iremos en el coche de papá donde se me caerán los aretes y no me daré cuenta porque estaré jugando con Andreas, mi hermano, que es más pequeño que yo por un año. Días después mi mamá encontrará los aretes, y gritará a mi padre: ¿cómo es que los aretes de Lucia están ahí?. Me esconderé bajo la cama sin atreverme a decir que yo los traje, los ojos de mamá estarán llenos de lágrimas y mi hermanito vendrá como otras veces a esconderse conmigo bajo la cama y nos quedaremos ahí hasta que llegue el divorcio y la tía Lucia para evitarlo, inútilmente se habría ido lejos, sin decir a donde, dejando a la abuela. El polvo blanco y los ladrillos cayendo. Me resignaré a salir de la casa, no opondré resistencia cuando los demoledores me hagan salir, entonces dejaré todo, me iré, huiré, porque en el fondo no hay otra manera de decirlo y si pudiera engañarme trataría de pensar que finalmente “no hay manera mejor” y pronunciaré las frases que mi tía dijo a la abuela al irse: “por el bien de todos”, “el tiempo lo dirá”, “el tiempo sabe”, pero ¿qué sabe el tiempo de nosotros?, jamás se ha detenido a esperar un poco, cuando no hemos querido crecer, por ejemplo, cuando estábamos bien a los cinco años y no queríamos ser como los mayores y cuando tampoco queríamos que la abuela se fuera haciendo cada vez más pequeña, cada vez más arrugada y lenta hasta quedarse muy quieta como la cama en que dormía. Por fin se detiene el martilleo, cierro los ojos, podría reconstruir la casa de la abuela tan sólo con los recuerdos: la vereda del jardín, la escalera hacia la habitación de la abuela y el espejo del tocador donde pasaba horas mirándome, a veces con el vestido sucio por haber gateado bajo la cama buscando los zapatos que primero me había parecido buena idea esconder, hasta que la abuela empezó a buscarlos por todos lados, diciendo que esa memoria suya se había ido corriendo lejos y ella ya no podía alcanzarla, menos sin sus zapatos. Me sentía tan culpable, mi abuela iba perdiendo todo por mí.

jueves, mayo 08, 2008

MINIMALISMO

MINIMALISMO

Hábil y ligera, la mano de David hace trazos sobre una hoja de papel pegada por unas bandas adhesivas a la mesa de dibujo. Iluminada por una lámpara azul, la hoja blanca y estirada va quedando marcada por líneas oscuras. El suave desliz del lápiz es lo único que se escucha en la habitación reluciente, vacía desde que vino Verónica con el camión de mudanzas a recoger su cosas y decir que adoraba el barroco y el color, que no soportaba un día más en ese blanco y silencioso lugar de su relación.
La mano de David deja de dibujar sin soltar el lápiz, ha olvidado que esta ahí, como si el lápiz fuera una extensión de su propio cuerpo. David cierra los ojos y se acaricia la frente mientras una lágrima recorre su mejilla. Con la palma de la mano calla más a la silenciosa lágrima y termina de trazar la línea interrumpida en la pálida hoja.